¿Cuántas veces en momentos de agobio, te da un ataque y desmontas medio armario para ordenarlo?
¿Y cuando llevas días en los que no da tiempo ni a poner la lavadora? la bolsa de la playa por el medio, comida a domicilio, las maletas sin deshacer después de un viaje… ¿No parece que la casa te come?
¿A quién no le ha pasado esto?
El orden (y el desorden) tienen un efecto directo y claro sobre tu estado de ánimo. De hecho, es tan evidente que sorprende que no sea algo de dominio público.
Qué ocurre cuando hay desorden
Cuando tu entorno está desordenado, la ropa está sin recoger, los platos acumulados en el fregadero o los juguetes de los niños dominándolo todo, lo primero que notarás es que estás más irritable.
Es el síntoma más claro pero no el único. Al mirar a tu alrededor, la cabeza se hace una lista mental de tareas por hacer, calcula el tiempo necesario, piensa cómo podría organizarlo…
Pero todo esto se junta con hacer la comida, ir al trabajo o hacer la compra. Como resultado, te estresas porque te das con el meñique en un juguete en medio del pasillo, no tienes sitio para cocinar en la encimera y para sentarte en el sofá tienes que apartar la cesta de la ropa que destendiste el lunes.
Esto produce un cabreo de proporciones bíblicas, dolor de cabeza, tensión… Y ahora júntalo con la bronca de tu jefe y el atasco mañanero.
Y encima quieres dedicar el fin de semana a limpiar la casa y ordenarlo todo. ¿En serio? Yo creo que no vale la pena. Me estoy agobiando sólo con escribirlo.
Qué ocurre cuando tienes un método
Cuando tienes un método de organización y sigues unas rutinas de orden y limpieza, el resultado es el contrario. Las cosas parecen colocarse por arte de magia y, cuando hay que recoger o limpiar, se hace en cinco o diez minutos.
Realmente no hay nada mágico. El truco está en generar unas rutinas que convertimos en hábitos. Cuando tenemos un hábito, la cabeza lo automatiza, no necesita pensarlo, sale sólo.
Esto es lo que hace que las cosas se ordenen y se limpien «solas». Realmente, lo haces tú pero no te enteras, no eres consciente.
Con esto consigues que, al entrar en casa, todo parezca en su sitio. Sí, tal vez hay algún juguete aquí y alguna mancha allá pero será tan poco que no te dará ni pereza solucionarlo.
Y entonces puedes tirarte en el sofá, que estará vacío, encender unas velitas y leer tranquilamente los artículos de una servidora.
Después de una hora de relax, te levantas, preparas algo de picar en una encimera perfectamente despejada y apuntas en la lista de la nevera lo que se va terminando. La lista de la compra «se hace sola».
Miras tu planning y, en cinco minutos hasta que empiece la serie, limpias el baño mientras el consorte recoge los espacios de caos que ya tienes identificados (porque siempre hay algo).
¿Sabes lo que estás sintiendo ahora al leer estas descripciones? Descanso. Parece un mundo ideal pero es más fácil de lo que crees. Todo esto reduce tus niveles de estrés y previene la ansiedad o las depresiones.
Sobrecargas la cabeza con montones de cosas rutinarias que, además, aborreces. No dejas tiempo para que tu mente descanse y fantasee.
¿No es mejor dedicar el tiempo a pensar en las vacaciones y en proyectos ilusionantes? ¿Porqué sigues gastándolo en pensar qué vas a comer mañana o si deberías limpiar el baño?
Únete a mí en la cruzada por los fines de semana libres, por las casas sencillas y el fin de la acumulación sin sentido. ¿Te apuntas?
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